La Familia en O`Donnell
La bici de Ana----
El mejor amigo que he tenido también se llamaba Julio. Debía andar yo por los quince años cuando le conocí.
Por entonces abandonamos nuestra pequeña casa de la calle Jorge Juan, que se transformaría en la prestigiosa academia de mi padre. Por la Universidad Central no tardaría en circular un trucado refrán. "El muerto al hollo y el vivo al Goyo". Goyo era mi padre y el hollo los suspensos que repartía Castañeda en Teoría Económica. La nueva vivienda, luminosa y espaciosa, estaba situada en O^Donnell 52. En ese lugar comenzó para nosotros una nueva existencia, a pesar de las lágrimas de mi madre por aquellas cuatro paredes que fueron su hogar, desde que finalizó la contienda del 36. Nuestros juegos dejaron la plena calle, donde jugábamos los niños de la posguerra; unos con otros ajenos al rencor y las tristezas. Un hermoso patio nos aguardaba con árboles, arbustos y lilas, muchas lilas cuyo aroma en primavera, por las ventanas abiertas de la casa todo lo invadía. Contra uno de aquellos árboles, situado al centro, finalizó para mí el aprendizaje del pedaleo bajo la batuta del primogénito de la familia. Debió de ser éste el único proyecto no conseguido por mi hermano a lo largo de su exitosa vida. La bicicleta era aquella que mi hermana menor obtuvo al módico precio de sentarse cada mañana al borde de la bañera, mientras mi padre se afeitaba: "Quiero una bici, quiero una bici"
La causa de esta mudanza fue el nombramiento de mi padre como Interventor del Instituto de Puericultura e Inclusa de Madrid. Con el cargo le fue otorgada la vivienda. El edificio hoy dinamitado, bien porque ya no se abandonan niños en la Inclusa ( se dejan sin más en cualquier parte o lo que es más triste y cruel se abortan) o bien por ese afan incontenible que seduce a los alcaldes de remozar nuestra localidad, constaba de tres plantas. En la tercera habitaban los dos capellanes del Centro. Y en la segunda, las Hermanas de la caridad o Hijas de San Vicente Paul ( recientemente galardonadas con el premio Príncipe de Asturias) se dedicaban a enseñar canto, solfeo y piano a aquellas alumnas mejor dotadas para este arte. En el segundo piso, en la puerta junto a la nuestra, vivía el Director con su entrañable familia. Su mujer Carmen, afable y cariñosa nos presentó a sus tres hijos varones y enseguida congeniamos con ellos: Luis, altísimo, rubísimo y guapísimo. Julio alegre, simpático y juerguista por naturaleza y el más pequeño, Ignacio, parecido al mayor pero no tan´"ísimo".
Comencé, por entonces, a experimentar aquello de :"Me gusta un chico". Hoy las expresiones al respecto, son bastante más crudas y ajustadas a la realidad. Cuando me cruzaba con él por las escaleras o en la puerta de casa, ¡qué desconocida forma de latir mi corazón!. Desgraciadamente para mí, Luis, tenía novia formal con la que contraería matrimonio varios años antes que yo. Pero ¡cómo le sentaba el uniforme de la Milicia Universitaria!. Con esa visión me conformaba. Me enseñó el himno de la Academia de Infanteria. Mi preferida, como no, de las marchas militares: "De ardor guerrero, vibren nuestras voces. Y de amor patrio, henchido el corazón..." . No estoy segura si el ardor que sentía era propiamente guerrero. Algunas veces, cuando me encontraba en el portal, colocaba sobre mi cabeza su gorra y decía: "A sus órdenes, mi sargenta". Estaba claro que para él yo sólo era una cría.
¡Maravillosos quince años!. Rondaban mi cabeza problemas vocacionales y, a pesar de los amigos de mis hermanos, los chicos me traían sin cuidado. Por eso Luis fue una auténtica revolución interior. Y llegado este momento quiero hacer una revelación trascendental: gustar, lo que se dice gustar, unicamente tres en mi vida, Luis, Julio II que sería mi marido y un compañero de carrera de nombre Fernando, moreno, canario alto, guapo y siempre riente. Una amiga y compañera se encargó de auyentarle con una frase tan anodina como la sigiente: "No la llames que tiene novio formal". Quizás escriba de él algun día aunque su historia fue mínima.
CONTINUARÁ...
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