AMIGOS

26 octubre, 2012

NUESTRO PRIMER HOGAR









Guardo un gran cariño a estas fotografías de finales  de Agosto de 1960, pocos días después del Viaje de Novios. La primera de ellas está destrozadita,  pero es la original;  un familiar intentó reconstruirla,  pero me gusta más la auténtica, por eso la dejo en este Noray de mis recuerdos.

Ésta y algunas más fueron las primeras que se hicieron en nuestro hogar de recién casados, hogar que he de reconocer para mí fue algo frustante. La ciudad era ,por entonces pueblo de Cádiz bastante remoto, San Fernando, sobre todo para una chica de Madrid. Y no es que yo fuera muy exigente, simplemente me sorprendió aquel estilo de vida. Ahora, pasados tantos años reconozco que me porté muy mal con mi recién estrenado marido. Y digo esto por la reacción que tuve cuando del viaje de novios aterrizamos frente a la vivienda, situada  al final de la calle Real, en la zona que se llamaba  polígono de la Ardila. Julio que llevaba un año destinado en el Tercio Sur, hoy Tercio de Armada, tuvo que buscar la casa por su cuenta y riesgo y al describírmela lo hizo con tal entusiasmo que pensé era una de esas casas bonitas de Andalucía, con su patio de mosaico y plantas por doquier, por eso el desengaño fue mayor.
 
La verdad es que llegábamos cansados de un viaje en tren, trenes de aquella época en tercera clase con asientos de madera y transbordo a otro tren no recuerdo donde, pues nos gastamos todo el dinero en Palma. Desembarcamos  en Alicante  del  "Ernesto Anaxtasio", de la Compañía Transmediterránea que nos devolvía de Palma de Mallorca, del que he tenido la suerte de encontrar hoy una fotografía antigua en Google:



 
Mi Infante de Marina que por entonces era un romántico de película, pretendía  que cruzara el umbral de la casa en sus brazos, a lo que me negué  de manera rotunda: "¿Pero tú crees que voy a entrar aquí en tus brazos?"
 Imagino que su desilusión fue mayor que la mía ante la vivienda, sobre todo porque  ya habíamos tenido algun que otro encontronazo en la Luna de Miel, ya que a pesar de los cinco años de noviazgo no nos conocíamos lo suficiente, sólo nos tratábamos en sus vacaciones de la Escuela Naval y a través de cartas casi diarias en las que todo se idealiza. Sin embargo, él supo reacionar amablemente ante mi enfurruñamiento.
 
La casa era bastante grande, pero destartalada, ya que pertenecía a otra gran vivienda, esa sí señorial, de la que se había separado mediante un muro. No había agua corriente, se extraía de un grifo instalado en el pasillo con el que tuve que bregar a diario, pues como no tenía paciencia para esperar a que el cubo se llenase mientras iba haciendo alguna otra cosa, así que raro era el día en que no se desbordaba a lo largo de todo el corredor, causando mis berrinches. Cuando Julio regresaba del Cuartel lo que le esperaba no era una amante y dulce mujercita, sino la faceta más cascarrabias de Militos. Aquello parecía un mal presagio para un matrimonio recién iniciado, pero creo que fue todo lo contrario porque superar aquellas dificultades nos fue forjando para el duro futuro que nos aguardaba.
 
Siguiendo con el nuevo hogar, he de decir a su favor que tenía una gran luz natural en todas las habitaciones, sin embargo, la eléctrica nos llegaba de unos cables que habían alargado de la parte principal de la vivienda, ocupada por  los dueños que si no recuerdo mal, eran parientes de un compañero de Julio también recién casado y vecino de dos o tres portales más allá del nuestro. Aquellos cables, no en muy buen estado, se fundían cada dos por tres, con el agravante de que yo cocinaba en una cocina eléctrica que al menor descuido incendiaba toda la instalación, entre vuelta y vuelta de tortilla de patatas que más de una vez terminaba en el suelo, con el susto correspondiente. Aún así, nunca fue a mayores, pienso que la abundancia de mis lágrimas sofocaba el fuego de inmediato. Pese a todo me sentí reparada cuando me enteré que precisamente la zona donde habíamos instalado el artefacto incendiario era uno de los cables de la casa de los dueños, con lo que el voltaje consumido no lo abonábamos nosotros, sino ellos, sin  consentimiento previo, hasta que se apercibieron de aquel detalle.
Mis andanzas culinarias merecerían capítulo aparte, pero no quiero entretenerme en ellas, basta con decir que cuando me casé no sabía ni freir un huevo,  aunque tenía el convencimiento de que con lo visto a mi madre, excelente cocinera,  y a la chica para todo que teníamos en casa, ya no iba a tener problema. Con lo mucho que yo me había fijado en lo que ellas hacían ¿A qué podía deberse que el contenido de las croquetas se me vaciara en la sartén, las albondigas se deshicieran en el aceite de freirlas, la salsa rubia se me cortase a la segunda vuelta de cuchara? No una vez, sino todas...
 
Cuando ya mi paciencia llegó al límite, un mes más o menos, convencí a Julio para que buscásemos otra casa, de la que hablaré otro día porque sí, mejor era, pero con otra clase de impedimentos. Eso sí, no tuvimos una casa como Dios manda hasta el nacimiento de nuestro quinto hijo, Daniel; en un bloque construído por la Marina para Oficiales, en la calle Cecilio Pujazón, ignoro si aún siguen en pie.

Las fotografías se tomaron en la terraza de la casa, compartida con los dueños. a la que había que subir por un patio trasero, por unos escalones altísimos. En ella tendía la ropa para que se blanqueara al sol gaditano, algo que he de reconocer tenía un poder muy superior a la lejía o cualquiera de los blanqueadores actuales.

Pequeña muestra de mi arte colgando las camisas del Marino

 Lo del pañuelo en la cabeza se debía al tremendo Levante que en aquella azotea soplaba como en las esquinas de la propia Tarifa.

Mi madre y mis dos hermanas vinieron a pasar unos días de playa, un poco antes del mes de septiembre. Recién casada, yo que nunca me había separado de la familia las echaba mucho de menos, con mis hermanas siempre tuve una relación muy compenetrada y protectora, de hermana mayor. Y como mi madre no tenía nada de la clásica suegra, Julio acepto de buen grado que las invitase.

Con mi madre




Mi hermana Ana, por entonces Ana Mary, protestando porque no quería retratarse
 
 
 
Y
 
con Mary Carmen, hoy Carmina
 
 
 
A pesar de estos y otros inconvenientes domésticos, unidos a mi poca preparación para las labores del hogar, salimos adelante, gracias a la paciencia de Julio y al amor que nos teníamos.
 
 
 
 
Después vendrían los hijos, la primera, Begoña, a los catorce meses de casados, 


Pero eso ya es otra historia que iré contando si la vida me da tiempo para ello.
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