AMIGOS

24 octubre, 2013

OTOÑO MADRILEÑO Y EL PASO DE LA TUNA


 

 
 
Uno de los privilegios del otoño madrileño que yo conocía, era su cielo limpio, sin nubes, sin contaminación. No había pintor capaz de plasmar en un cuadro aquel azul intenso que se reflejaba hasta en las copas de los árboles que ya amarilleaban. Una vez pasados los calores del verano, que eso sí, veranos como aquellos no se han vuelto a producir, a pesar del tan traído tema del calentamiento global. Superados también los sudores de la repesca de septiembre, los pulmones se esponjaban de nuevo y el corazón recuperaba su ritmo normal.

La foto es más antigua, pero la fachada de la Universidad era igual en 1955, ahora el edificio que ha pasado a la Comunidad de Madrid se ha remozado y pintado de color granate 
Universidad Central
 
El reencuentro con los compañeros que aterrizaban en la Facultad de Económicas situada entonces en la Universidad Central, en el viejo caserón de la calle San Bernardo, desde los lugares de su residencia, era el gran aliciente del comienzo de curso. Ese intercambio de vivencias, distintas a las propias de cada uno, enriquecía de manera espectacular la vida de todos. El hecho de que en la capital de España confluyeran todas las carreras universitarias, mientras que en pocos lugares se contaba con estudios superiores, transformaba Madrid en auténtico hervidero de estudiantes. Es cierto que este hecho, obligaba a no pocos padres a realizar verdaderos esfuerzos para que sus hijos obtuvieran un título universitario. Dos cuestiones motivaban ese empeño: la primera, la satisfacción paterna por lograr que el hijo superase su propia formación. Y la segunda el dato alentador de que, con anterioridad a la consecución del título, era frecuente una amplia oferta de trabajo para cualquier estudiante que se encontrase en aras de finalizar sus estudios.

También es verdad, que la profusión de familias numerosas, como la mía, hacía posible que muchas de ellas pudieran verse libres de las tasas de matrícula o al menos notablemente disminuidas según el número de hijos. Ciertamente esto aún se mantiene. Los libros se sustituían por lo general y dependiendo de cada carrera, por los propios apuntes o los adquiridos a módico precio a los bedeles. Yo sostengo, porque lo he vivido, que estudiar en la Universidad de aquella época no era un privilegio de ricos y sin embargo, me las he visto moradas, más tarde, para la compra de los libros de mis hijos aunque las matrículas fueran gratuitas.

Hay que reconocer que, para muchas familias, el mantener a sus hijos en la capital suponía un gran esfuerzo económico en cuestión de residencia. Junto a ellos se sentaban en las aulas ciertos "niños de papá", mejor dicho, más bien no se sentaban porque nunca llegaban a sacar brillo a los bancos corridos y vetustos de las aulas, con sus ilustres posaderas. Para éstos las carreras resultaban mucho más largas. Algunos conocí que las duplicaban en años. Otros, a poco que manejasen la guitarra o la bandurria, incluso la pandereta, y si no se les escapaban demasiados gallos de la garganta, se transformaban en Tunos in aeternum. Aquellas cintas de colores, en teoría dedicadas por el enamoramiento de alguna jovencita,  lo que se dice, en la práctica, eran bastantes menos que las que adornaban sus capas. Los célebres e inmensos almacenes de Pontejos, cuya existencia aún perdura dispensaban cantidades ingentes de dichas cintas de todos los colores. Algunos eran verdaderos artistas al decorarlas con distintos nombres de mujer e incluso frases sugerentes y sugestivas. El espaldarazo lo recibían de los más antiguos nombrándoles tunos, como quien dice, de por vida.

Algo a lo que no puedo acostumbrarme es a la integración de la mujer de hoy en alguna tuna. Comprendo que no debía discriminar de esta manera, pero no me cuadra que la mujer ronde al hombre o a otras mujeres bajo los balcones.

Como decía anteriormente, algunos de estos alumnos pudientes, sin necesidad de pertenecer a la Tuna, solían duplicar los años de alumnado sin ninguna clase de escrúpulo. Entre los tunos era frecuente que al finalizar el curso, independientemente de los resultados y una vez arremangadas las mangas del típico traje negro emprendieran la aventura veraniega por los paises de Europa, de manera preferente Italia. Con las notas de sus instrumentos, unos en conjunto y alguno que otro por libre, recorrían los lugares sin más emulumento que el gracioso pase de gorra. ¿Ahora caigo!, la célebre frase "Vivir de gorra", debe proceder de esta gratificante acción tunera. Aunque bien pensado, en los primeros tiempos de la civilización ya los gitanos y la cabra usaban de tales artes.
 
Las anécdotas con que a su regreso, reales o fruto de la imaginación, ilustraban nuestros ratos libres, eran francamente variopintas. Podía entenderse de esta manera su escasa prisa por terminar la carrera.



Fotografía del paso de Ecuador

 
He de reconocer que lo más enriquecedor de la Universidad que yo viví, a parte de los estudios tan distintos en la forma y el fondo del colegio,   fue aquella simbiosis entre los alumnos procedentes de los más diversos lugares de España; compañerismo y amistad auténticos, sin distinción de procedencia ni de categoría social. Aquellos que arribaban a Madrid desde su aldea, no tardaban en adquirir ese aire cosmopolita que ya tenía nuestra ciudad y por otro lado el madrileño de pura cepa, aprendía de ellos sencillez, naturalidad y maneras más cercanas de vivir la vida. En cuanto al amplio abanico de diversiones que ofrecía la capital prefiero no mencionar de momento.


Retomando el tema de la Tuna, me faltaba añadir que tampoco su esencia y presencia, a pesar de lo que se ha especulado en las películas de la época, no era en verdad tan puramente romántica como pudiera parecer. Si tenías la suerte de que acudieran a rondarte, el jamoncito, el champán y el aguinaldo, descabalaban cualquier presupuesto familiar de clase media.
 
 Por cierto, el que hoy sigue al pie del cañon de mis manías y cambios de humor, para eso es mi marido actual y de toda la vida, ha creado una especie de aureola sobre mí, de esas que frecuentemente se forjan los hombres con la ilusión de: "me llevé la mejor". Contaré un simple detalle que avala esta afirmación. Años lleva empeñado en que aquel dichoso, de dicha, día, la tuna se desvivió cantándome aquello de : "Se va, se va, se va...( No creo que nadie de estos páramos lo recuerde). Mi intención, a estas alturas de la vida, no es la de desengañarle. Prefiero que siga creyéndose lo que venía después del "se va..."la chica más guapa del barrio, la más bonita de la Universidad". Que conste que no lo hago por mí, sé a ciencia cierta que no podría soportar el trauma si le digo que no llegaron a tanto. Según mis recuerdos después de Clavelitos y "Asómate, asómate al balcón carita de azucena", no hubo nada más.
 Balcón sí teníamos. Balcón que mi deseo de anclaje en la época feliz de la irresponsabilidad; toda la que te permitían las denostadas dictaduras existentes como, la de un gobierno franquista, unos profesores con autoridad y unos padres que velaban celosamente por tí, ha sublimado excesivamente.




Palacio de Cristal del Retiro
 
El otoño madrileño eran los largos paseos, desde San Bernardo, abriéndonos a la Gran Vía, no tan inhóspita como la actual, y enfilándo hacia Cibeles para llegar a la Puerta de Alcalá y atrevesar esa otra puerta principal del Retiro. Y en pleno centro de Madrid, de un sólo golpe se te entraba por la boca, a lo más hondo, de una manera física y anímica a la vez, la naturaleza en pleno; con todos sus olores y colores. Entraba y anidaba en tí más allá del portal de tu hogar en la calle O'Donnell. Es más, sin pecar de exagerada creo que aún hoy, restos de aquellas sensaciones y aromas han quedado retenidas para siempre en mis cinco sentidos. Por eso ahora, que la lluvía en Madrid ha inundado de nostalgia el Otoño, se agolparon juntos los años, la música de la Tuna y los aromas de un tiempo que se fue y no puede volver. Por más que yo lo desee, y por más que intente plasmarlo y capturarlo para siempre, una y otra vez, en  este  blog.

Postales antiguas con la Tuna





06 abril, 2013

CAPEANDO

 
 
He encontrado este Noray en Facebook de un gran amigo, con todo respeto porque se trata de  D. Joan Carreras y con su permiso me lo he traído a este blog  porque creo que le va muy bien.
 
Desde hace años, puede que desde mi viaje de bodas en que sin saber el motivo me senté en uno de ellos, he sentido una gran atracción por este elemento portuario, de líneas sencillas, tal vez poco atractivo, pero firme, tan firme que en él se siguen amarrando  barcos.

Así quisiera ser este blog para mis hijos o mis nietos, un Noray  cuando yo falte. Si tambalean  acudan a él  y la sencillez de mi vida siempre apoyada en Dios y María, mi Virgencina, como de joven la llamaba, les sirva para capear todos los temporales.
 
Quiera Dios que así sea
 
 
 
Fotografía tomada por Julio, mi recien estrenado marido en Mallorca, sentada en un noray, a mi espalda el yate de Onasis o alguien parecido que ahora no recuerdo.

13 enero, 2013

VERANOS DE MI NIÑEZ, CANDÁS




 Cuando la inspiración se permite el lujo de irse de vacaciones,  lo mejor es echar mano de los recuerdos y éstos me llevan hoy a un pueblecito de la costa asturiana, Candás.

En este mapa se puede ver su situación

 
Sólo pasamos un verano en él y yo no había cumplido aún los quince años. Lástima que por entonces no era aficionada a la fotografía, pues me hubiera gustado poder testimoniar gráficamente la abismal diferencia entre el lugar de mis recuerdos y el que hoy encontré en internet. Las únicas actividades del pueblo eran la pesquera y conservera; todo transcurría entre el zarpar y atracar de los grandes y pequeños navíos de pesca.

En primera línea de aquella playa, casi solitaria, que pisarla daba reparo, como si fueras a mancillar la finísima y pálida arena con tus huellas, se levantan en la actualidad un alto hotel y numerosos edificios que han roto la armonía y el silencio de otro tiempo. Aún así, Candás sigue siendo hermoso a pesar del turismo que ha buscado aposento junto a sus aguas.




 
 
Cuando mi familia y yo, arribamos a Candás, y digo arribar porque, segun recuerdo, la única manera de llegar era por medio de embarcaciones desde Gijón, en el muelle atracaban sólo los pesqueros, mientras que ahora aparece repleto de navíos europeos, contando además con nuevas y atractivas actividades, tales como las que se imparten en una Escuela de Surf.



Y son ya famosas las regatas organizadas por el Club Naútico que cuenta con 500 socios.



Por lo que he podido comprobar se mantienen también algunas actividades tradicionales como las Romerías, el Festival de la Sardina y concursos de bandas de gaitas. Sin embargo, todo lo que yo presencié guardaba ese encanto de lo íntimo y familiar imposible de preservar cuando   la masificación se adueña del terreno.
Una muestra de la pintura que en la actualidad se realiza en plena calle.







Fotografía aérea de este bello rincón de Candás





 
Pero hay que reconocer que se ha sabido conservar algunos espacios realmente bellos como los que muestran estas fotografías











La playa en la actualidad







En principio, nuestra llegada no fue muy afortunada, ya que mi madre al saltar a tierra, tuvo la mala suerte de torcerse un tobillo y en consecuencia, no se libró de un esguince que le duró unos quince días, con lo que se vio obligada a mantenerse inactiva durante la mitad del tiempo que disfrutaríamos de tan bello lugar.
 
Entre lo que en este instante memorizo se encuentra una gran fábrica de conservas, de la que salía un bonito asalmonado de una pureza natural que ha sido imposible volver a saborear en ningun otro sitio. Con generosos bocadillos de aquella fina y suave conserva merendábamos a diario los seis hermanos.
 
 
La industria conservera hoy  ha multiplicado y adquirido un desarrollo  de manera considerable, celebrándose   en el año 2007  en Candás la dieciocho edición de la Feria de Conservas, cuyo cartel se puede contemplar:




 
 
Nuestro verano fue algo parecido al de aquella famosa pandilla de la serie, mil veces repuesta, "VERANO AZUL," aunque no solíamos gozar de  aventuras  tan emocionantes como los protagonistas de la misma, algo que nos hubiera encantado.
 
 La playa recogida, silenciosa y toda para nosotros. Lo único que detestaba era el bañador que me había confeccionado la modista de la familia, de piqué blanco, grueso y tieso, con una faldita que me llegaba casi a media pierna. ¿Puede alguien imaginarse lo antiestético que resultaba para alguien próxima a los quince años? Mi madre era así, siempre dedicada a sus retoños nunca se percató de como la segunda de sus hijos iba creciendo y desarrollándose, tuvo que ser mi tía Josefina que vivía en Oviedo y con frecuencia nos visitaba en Candás, la que se lo hiciera notar. Por eso no me gustaba bañarme en aquellas aguas azules, brillantes en mi recuerdo.
 Por eso y porque dos chicos, mayores que yo, no me quitaban ojo cada mañana, con el agravante de que un día los descubrí pegados al cristal de mi dormitorio cuando me preparaba para dormir. Como ellos solían también bañarse en la misma playa, sentía una vergüenza irreparable que ninguno de mis hermanos podía comprender y yo era incapaz de contar a nadie, siendo ésta, segun creo,    la primera vez que lo revelo. Es curioso, cómo  detalles de otros tiempos que ahora nos parecen insignificantes se quedan almacenados para siempre en la buhardilla de la memoria para saltar al presente en cualquier momento, como si fueran hechos destacados  en nuestra aventura vital .
 
La vivienda era un bajo con balcones a la calle. Al final nos hicimos amigos, uno se llamaba Luis, pero no llegué a encajar con ellos porque a mis años me encontraba  más cerca todavía de jugar con muñecas que con muñecos de carne y hueso.

los dos elementos de Candás que más huella dejaron en mi fueron: el Faro y el Cristo.
 Creo que aquel faro, contruido en 1904 y sin llegar a funcionar hasta 1917, por la imposibilidad de edificar una vivienda para el farero en aquella intrincada Peña de los Ángeles, ha sido el causante de mi enamoramiento de tantos y tantos focos de luz que alumbran las noches de todos los mares del mundo. De lejos ¡cuántas historias inventabe mi mente adolescente! De aquella contemplación surgió una nostálgica querencia y si no tuviera responsabilidades familiares, gustosa terminaría mis días de farera en cualquier lugar del mundo. ¡¡ Y la velocidad que debe adquirir internet en aquellas alturas!!


 
 
El otro elemento es mucho más sublime. El Cristo de Candás se encuentra en la Iglesia de San Felix. Algo que llama la atención es que, por más remoto que fuera un pueblo en España, la construcción de sus templos eran verdaderas obras de arte arquitectónico. Debemos reconocer cómo los hombres de otra época sabían "dar a Dios lo que es de Dios"...


 
 
Casi todas las mañanas me levantaba muy temprano para asistir a la unica misa que se celebraba en San Felix. La Iglesia primitiva fue edificada en el siglo X y desde el XVI alberga el Santuario del Cristo de Candás. Se trata de una talla encontrada en aguas de Irlanda por los pescadores de esta localidad asturiana. En dicho siglo se instaló la imagen en el camarín del retablo, al que se llega por una escalera de caracol que los devotos acostumbraban a subir de rodillas como símbolo de penitencia. La imagen, junto con la iglesia fue quemada, como tantas otras, en la Guerra Civil, siendo reproducida aquella en Santiago de Compostela y la Iglesia restaurada. En ella se conserva una capilla del siglo XVIII, detrás del Altar Mayor, que milagrosamente se salvó de la quema.


El retablo, del siglo XVIII, es de estilo churrigueresco y fue obra de Estéban Fernández Pendones.
Yo también ascendía por aquella escalera de caracol, aunque no de rodillas, para acercarme al Cristo de Candás. Ante Él me arrodillaba y lloraba sin saber por qué. Pedía por todo el mundo, costumbre que tengo desde niña, también por mis luchas de adolescente y por algo que ahora parece una insignificancia, pero que entonces me dejó una huella profunda. El año anterior, un sacerdote en Oviedo, donde pasé el verano con mis primos, al acercarnos a besarle la mano como era costumbre hacer en señal de respeto porque en ellos se reconocía la figura de Jesucristo, me preguntó la edad que tenía y al decírle que trece años, añadió que pediría por mi para que, pasados diez años, me mantuviera igual que en aquel momento.



Las fiestas del Santísimo Cristo de Candás se celebran en Septiembre .
No sé si algun día volveré a aquel lugar entrañable que durante mucho tiempo fue el pueblo de mis amores, pero estoy convencida que, aunque el turismo haya perturbado su paz, sigue siendo un pueblo hermoso que merece la pena conocer. Y si alguno de los amigos que se acercan a este blog, decide visitarlo, recomiendo que no deje de subir aquella escalera de caracol hasta la imagen del Cristo, al que llaman también de los Marineros, para depositar en sus pies un beso de amor que sé, lo sé con certeza, llegará hasta la derecha del Padre.


LAS FOTOGRAFÍAS SON TODAS DE GOOGLE
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...