AMIGOS

16 diciembre, 2005

Había una vez un bedel


Había una vez un bedel

Ayer recibí una llamada, corta pero intensa. Era Justo.
Esos diez minutos fueron como una rúbrica en una papeleta de examen : Sí, lo he vivido. No ha sido producto de la imaginación, ni de la memoria distorsionada. Mis años de universitaria existieron con sus pros y sus escasos contras.
Lo mejor de todo aquello fue la existencia de esa persona que llegó a ser una institución en aquella facultad de Económicas, incoada en la Universidad Central de la calle de San Bernardo, donde se respiraba un aire familiar y de compañerismo que dudo mucho se pudiera trasladar, con la inauguración de estos estudios, a Somosaguas. El de San Bernardo era un recinto con ese halo de sabiduría, conocimiento y respeto que imprimieron cuantos pasaron por sus aulas, añejas y cuarteadas por los años de aprendizaje y enseñanza que albergaban.
En ese tiempo, no se podía concebir tal Facultad sin dos personajes especiales y contrapuestos: Justo Jimenez y Castañeda. Este por su dureza y adusted. Pasar por su cátedra era como pasar el oro por el crisol. El afortunado alumno que superaba esa asignatura, Teoría Económica de segundo, por muchos que fueran los suspensos acumulados en adelante, nunca dejaría paso al desaliento. Un aprobado en Castañeda era el pasaporte a un final feliz de carrera.
Pero Justo era otra cosa. Alguien a quien recurrir en todas las encrucijadas. Siempre estaba “ahí”

Aquel cuartito de bedeles rebosaba a diario de alumnos suplicantes.
Te faltaban apuntes: Justo.
Te sobraban problemas con algún profesor: Justo
Necesitabas información: Justo.
Perdías algunas papeletas: Justo.
Recomendaciones: Justo
Dinerillo para algún imprevisto: Justo
En aquel cuartito de bedeles se encontraba la solución a la mayoría de agobios universitarios.

Solíamos asaltarle al vuelo por las galerías de la Facultad; siempre corriendo de un lado para otro, cargado de papeles. Y aquel rostro serio y casi malhumorado, con el que parecía recibir nuestras constantes peticiones de auxilio, todos conocíamos que no era nada más que una simple máscara para no manifestar lo encantado que estaba de poder ofrecerte su ayuda y de que tú se la pidieras.
Mucho más recuerdo de Justo, no exagero si afirmo que no cabría en un libro. Amigo. compañero, Psicólogo y catedrático de experiencia y sabiduría popular. Si contabas con la ventura de su mano tendida, ¡qué fácil aferrarse a ella!. ¿Qué hubiera sido de mí, inocente colegiala del 55,sin él?.Sin duda, habría naufragado en aquel macromundo de hombres, donde las chicas podían contarse con los dedos de las manos.


Por algo mi sabio padre calmó mis temores, casi infantiles, ante lo desconocido del hecho universitario, con aquella aseveración:
“No te preocupes, allí está Justo”
¡Qué dicha haberle conocido!

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