AMIGOS
14 enero, 2007
LA VIDA EN UNA MALETA I
Ayer terminamos con la recogida de la casa de tía Angelines y son tantas las conversaciones que, a través de sus cosas, he seguido escuchando que no puedo guardarlas sólo para mí.
Muchos hemos dicho que estaba muy sola, pero esa pequeña casa me ha descubierto la verdad o un fragmento de esa verdad. Sus paredes personalizadas con cuadros pintados por la mano de su cuñado. con la salvedad de un descolorido jarrón de flores que fue al contenedor porque carecía de firma y a nadie decía nada. Esquinando las pinturas del año1908, para iluminarlas, fotos incrustadas entre el marco y las telas. Fotos que hablaban de su no soledad. Testimonios de bodas de sobrinos-nietos, de momentos estelares de algunos de ellos, de nacimientos de bisnietos, ensobrinados también. Presidiendo los escasos metros de su salón-dormitorio, el retrato añejo y señorial de su madre (la santa como la denominan, santa que se hizo al socaire de los arrebatos de su esposo). Fotos vivas que he ido recogiendo con amor porque sé fueron compañía viva para ella. Capas de polvo, como si de papel celofan se tratase, envolvían todo, no por su descuido sino por nuestro retraso en abordar semejante trabajo. Ropas por doquier, en armarios, maletas, percheros y lo más acerante para el corazón, aquel traje de chaqueta que vistió sus últimas horas reposando, como en espera, en el respaldo de una butaca ya medio raida. Y explicando sin duda, la postrera secuencia de sus días.
¿Cómo fue?. Nadie lo sabe con certeza. Se marchó sin dar señales de que se iba. Todo conjeturas a cerca de su final. Un martes atardecido, 18 de diciembre, regresaba de su fin de semana en casa de la única sobrina carnal que ya le quedaba, puesto que yo simplemente soy la mujer de su sobrino. La vecina, puerta con puerta, escuchó una melodía en su receptor pero hasta el jueves de mañana nadie supo de ella. La encontraron muerta, en el sofa - cama, con bata y camisón. Fría, fría de dos días. Cuando alguién querido se va de esta manera inquietud, ansia de saber y dolor de omisión perforan lentamente ese lugar hondo de sentimientos y sensaciones. ¿Como lograr la calma?. ¿Encontrar una simple señal entre lo suyo?. Con esa intención alargué mi mano hacia la maleta beige con rayas marrones, que mi hija bajó de uno de los altillos, y hoy con temblor y devoción, al abrigo de mi conciencia, voy a entrar en su interior para conversar quedamente, como otras veces, con la hermana de mi suegra. Más bien a escucharla, como ella siempre me decía: "Tú si que sabes escuchar".
La maleta es pequeña. Antigua, parece de cartón, y casualmente, en las compras de Reyes, pude comprobar como han vuelto a ser objeto de moda en tiendas de prestigio. Supongo que sublimadas en algo más que en el excesivo precio. El asa de cuero se desprende al contacto con mi acelerada mano y sus cierres oxidados chirrian como si les doliera retroceder en el tiempo. La primera capa, libros espirituales de reducido tamaño en hojas y letras: San Juan de la Cruz, Santa Teresa, la Sagrada Biblia, la Imitación de Cristo (también conocido como Kempís) y otros desconocidos para mí pero bien vapuleados por mi tía. Más rosarios, de todas clases como los que ya fueron saliendo de cajones y armarios... . Cuotas y subidas de cuota de la Mutualidad del Trabajo, recibos del 1989. Un sobre con la leyenda de beneficiarios y en cuyo interior nombra como tal a su hermana o sobrinos, si esta falleciere. Sigo inquieta leyendo cada papel que pasa por mis manos con la esperanza de descubrir un atisbo de felicidad personal. Muchas postales de las mismas amigas que se repiten en felicitaciones de Navidad. Gloria, Concha, Adelaida, Alicia.... Algunas fotos de las mismas. Todas la quieren, su simpatía, su cariño, su sencillez resaltan en aquellas dedicatorias. Otras son familiares de sobrinos, sobrinos-nietos. Y muchos retratos con esa pátina de antiguedad que tanto me atrae.
Querida tía ¡Por qué no dejaste para mi algún indicio de lo que busco?. De todas formas no pienso cejar en mi empeño. Seguiré otro día, seguiré buscando.
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