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13 mayo, 2009

UNA CASA DE LA POSGUERRA _I


No recuerdo exactamente cuando comenzamos a vivir en ella. El alcance de mi memoria se proyecta en tiempo pasado hacía los cinco o seis años de vida. En otro blog ya he contado que nací en un Madrid de pricipios de la Guerra civil, concretamente el 27 de noviembre de 1936, día de La Milagrosa por lo que en el Bautismo, a manos de mi padre por la persecución contra todo acto religioso durante la contienda por parte de los comunistas, socialistas, republicanos, llámense como se quiera..., me pusieron ese bendito nombre. Siete días antes José Antonio Primo Rivera, fundador de la Falange, cayó fusilado en la carcel de Alicante.



Mi nacimiento no fue en la vivienda de la que voy a hablar, sino en la calle Antonio Acuña, en un edificio cercano a la salida lateral del cine Tívoli, ya desaparecido y donde dieciocho años más tarde recibí la primera declaración formal del que sigue siendo mi marido, por la Gracia de Dios. Este hogar era el de mi tía Nisia, hermana de mi madre, al que tuvieron que acogerse por haber sido su casa de la calle Ferraz bombardeada, donde, como escribí en otra entrada, perdieron casi todas sus pertenencias de recien casados. Nisia era una de las cinco hermanas de mi madre, cuyo verdadero nombre, por aquella costumbre de bautizar a los hijos con el santo del día, era Dionisia estaba casada con Alfonso Manso, padres de mi prima Sara. Alfonso tenía un título nobiliario del que en estos momentos no recuerdo su denominación, pero sí que el escudo era la imagen de dos machos cabríos enzarzados por los cuernos, algo que siempre, a mis hermanos y a mí, nos hizo mucha gracia.
Por referencias maternas sé que de aquella casa pasamos a vivir a la de mi abuela Elisa, pero no conozco el tiempo que permanecimos allí, debió de ser hasta el final de la guerra, cuando yo había cumplido ya los tres años.

La casa de la posguerra estaba situada en la calle Jorge Juan 76 y era un primer piso interior que daba a un patio abierto por donde entraba el Sol y la luz como en los exteriores. Mis primeros recuerdos en él son de enfermedad continua de amígdalas por lo que siempre permanecía en la cama que era como entonces se curaban las enfermedades, más aquellos toques horrorosos en la garganta con un algodon impregnado en yodo o algo parecido. Para mis hermanos, en principio sólo éramos cuatro entre los cuales yo la única niña dueña y señora de todos los mimos, encontrarme levantada cuando regresaban del colegio era una auténtica sorpresa. Tengo una imagen grabada, de risas y algarabía de un día en el que me sentó mi madre en un sillón de paja detrás de la puerta de la cocina para que ellos me descubrieran al llegar. El calor que desprendía aquel fogón de carbón era en verdad un auténtico refugio. Efectivamente fue un verdadero jolgorio cuando ellos me vieron allí.



Al poco tiempo de este suceso que por minúsculo no debía ni recordar, nos operaron de la garganta a mi hermano Goyo y a mí, de aquella manera en vivo que era costumbre y con la que quedabas traumatizada para el resto de la infancia. Mi hermano, más estoico que yo, soportó con valentía aquel asalto, mientras que mis gritos debieron oirse en el todo Madrid. Luego venían los regalos para compensarte y entretenerte durante la convalecencia. A mí: muñeca y cacharritos de cocina y a Goyito una preciosa plaza de toros, con toreros y morlaco, que él y yo aún recordamos y con la que jugábamos los dos. Construída con todo detalle por un compañero de mi padre, funcionario como él de la Diputación Provincial madrileña, cuyo apellido, por el que siempre le nombrábamos, era Nebó.

Por el motivo de mi constante enfermedad no entré en el colegio hasta los nueve años y fue mi padre quien me enseñó a leer y los prmeros conocimientos de aritmética para, en 1945, incorporarme al Real Colegio de Nuestra Señora de Loreto, de la calle O'Donnell. Allí me matricularon para el preparatorio de ingreso al Bachillerato y realizar mi Primera Comunión.


Esta es la foto de menor edad que conservo. El vestido era de piqué blanco, con bordados en azul marino. Me acuerdo mucho de ese vestido que me encantaba













Mi primera Comunión,en el patio del colegio. 27 de mayo de 1945, día de la Santísima Trinidad.
Recibimos el sagrado Cuerpo de Cristo de manos del Nuncio de su Santidad Monseñor Cicognani



Típica foto de colegiala de aquellos años.














Como me estoy desviando de la idea inicial que era la de explicar como era aquella casa de la posguerra española en la que vivimos hasta el año 1950, retomo la narración.

Sobre la calle de Jorge Juán ya he escrito en el post de la Irunada I, contando todo lo que de ella recuerdo, por lo que ahora me voy a centrar en la vivienda.
Situada en el número 76 de dicha calle, el piso era lo que antes se llamaba entresuelo, ahora sería un primero. En la puerta frente a la nuestra vivía Manuel Pérez, un sastre muy agradable que así se anunciaba en el balcón con un gran cartelón. Años más tarde, cuando la casa se transformó en la Academia de mi padre, tuvo él un alumno con el mismo nombre, lo que era un motivo constante de tomadura de pelo entre el resto de compañeros.


La puerta de la vivienda era de madera obscura con un enrejado de hierro forjado y cristal que se abría por dentro como mirilla, pero de un tamaño tan grande que cualquier extraño hubiera podido meter un brazo para atacarte. Cómo sería que fue motivo de mis pesadillas durante años y años, pasada ya la adolescencia y parte de la juventud. La entrada era amplia, casi como una de las habitaciones, y en ella, cuando pasaron los primeros años de precariedad, mis padres instalaron una especie de cuarto de estar con dos butacas de tipo colonial, una de las cuales aún conservo yo y un mueble librería que también ha pasado a ser de mi propiedad. Al fondo se encontraba una caldera de la que salían todas las tuberías por las que se transmitía el calor al resto de la casa. Se alimentaba de leña y carbón, pero no se mantenía muchas horas encendida por el gasto que aquello suponía. Mis hermanas y yo, cuando ya habían nacido Mary Carmen y Ana Mary, solíamos sentarnos en el suelo, al lado de la criada que nos enseñaba a hacer jersecitos de punto para las muñecas. Pero lo que más me gustaba era abrir la puertecita de la caldera y arrojar entre las llamas la piel de las naranjas Wasing con aquel olor tan especial que aún retengo en mi olfato. La piel chisporreteaba entre el fuego y su aroma se extendía por toda la casa. Esta es una imagen que permanece unida a aquellos años que dicen fue de extremada penuria, pero que los niños no fuimos nunca conscientes de ello y sólo ahora te das cuenta, simplemente por comparación con el nivel de vida que se ha ido adquiriendo. Esto es algo que siempre me ha indignado porque se tiene la mala costumbre de evocar aquella época desde el prisma de la actual y todo aparece entonces como lúgubre, tenebroso y carente de alegría, sin embargo, no es así como yo lo memorizo.



las dos habitaciones más amplias de la casa, en contraposición a las construcciones modernas, eran la cocina y el cuarto de baño.
El suelo de toda la vivienda, de baldosas oscuras en tono granate con un dibujo blanco como de flores o motivos tipo romanos. El pasillo corto y en ángulo, daba de frente al comedor y a la derecha a la cocina, baño y una habitación. Por el comedor se pasaba a dos dormitorios uno de frente y otro a la derecha. Todas eran habitaciones cuadradas y de tamaño mediano, tal vez grande en comparación con la mayoría de las actuales.

CONTINUARÁ

8 comentarios:

maria jesus dijo...

Sigue pronto, por fa, que le interesas a uno y le dejas expectante.

j.a.varela dijo...

A mi también me hacían los toques iodados. ¡Puajjj..qué asco!

juan

Chess dijo...

Me encanta este blog, Militos. He vivido tu casa del barrio de Salamanca en primera línea.

Un beso!!!

castilla dijo...

Es genial, nacimos el mismo día! Aunque no el mismo año. Pero me encanta tu blog, es de lo mejor que me he encontrado en la red.
Saludos.

Anónimo dijo...

Hola Militos, llevo tiempo leyendo tu blog. Soy profesora de Hacienda Pública en la UCM. Me he encontrado con tu blog un día buscando referencias de mi director de Tesis D.Enrique Fuentes y he disfrutado con tus anécdotas. Me he permitido mandar copia del enlace al Rector que le encantan estas historias y al Decano de la Facutlad que es de Historia de las Doctrinas e idem. Un abrazo y por favor, sigue contando cosas de aquella época.
Aurelia

Militos dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Militos dijo...

Aurelia, lo siento mucho, pero no me creo nada. ya me han tomado el pelo en otras ocasiones.
escribo porque me gusta no para que me aplaudan.
Saludos

WODEHOUSE dijo...

Mi madre tambien nació en el 36, en Enero. Y mi padre en el 34...pero ya no vive.

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