He estado buceando en los cajones del tiempo y he vuelto a tropezar con los cuadernos de la infancia y de la juventud. Ellos siempre han estado ahí, en la espina dorsal de mi vida. Sin embargo yo no sabía cuando comencé a escribir, cuaderno tras cuaderno, que me aferraría a ellos como el náufrago a la tabla.
La única intención, que por entonces guiaba mi mano a tomar lo que a ella llegaba: lápiz, bolígrafo o pluma, era la de dejar constancia de lo que estaba viviendo; no porque fuera muy excepcional, que para mí sí lo era, sino porque entre la escritura y mi yo más existencial, siempre ha existido una atracción tan irremediable, un entendimiento tan perfecto que era a la vez necesidad y exigencia. Si no escribía lo que me estaba sucediendo, si no lo retenía en un fragmento de papel, lo vivido desaparecía de mi propia existencia.
Y ¿ahora?. ¿Por qué vuelvo a ellos?. ¿Qué estoy buscando?. Cada página que pasa por mi retina me traslada al momento exacto en que fue plasmada. Lo veo, lo vuelvo a vivir. Me reconozco más y mejor que en la que, no puedo negarlo,permanece viva en este nuevo siglo. Desconozco la bondad o maldad de este hecho. Simplemente, en el recodo de mi actual deambular, he escuchado una llamada y sucumbido a ella. He vuelto a escribir, o mejor dicho a copiar, para que no desaparezca de mí la vida, sin haberla vivido.
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